06 junio 2022

Aprender a vivir sin él

 Ante circunstancias adversas de salud de algún familiar, no es extraño que a uno le adelanten el futuro y le digan Vaya preparándose para lo peor. Si la situación es tensa, difícil, de oración constante, el dolor humano que parece que no se pueda pesar ni medir, es tan evidente como que el dolor corre por tus venas que parecen los rápidos del Orinoco.

Cuando el peligro de muerte de la persona que amas retrocede, sigues en shock más tiempo porque aquel dolor es muy difícil de eliminar, y siempre queda una cierta cicatriz de la alarma que has sufrido.


Sin embargo, cuando realmente es el momento del final y mortal de la persona querida, ese dolor te rompe a trocitos, muy difíciles de recomponer, siendo más fácil realizar un puzle blanco que rehacerse. Es evidente que me refiero a personas que pierden a otra a la que realmente querían, porque se amaban, o se respetaban, o se podía contar con ella.

En otros casos, al poco tiempo del óbito del familiar, unos días más o menos, se recupera el oxígeno perdido, y sientes una calma tremenda. Porque siempre, y en todas las familias, hay un personaje cargante, que aguar las fiestas es su deporte preferido.

Pero el caso de muchas viudedades, el duelo dura mucho tiempo. Ellas y ellos hablan con su difunto esposo o esposa, lo ven en la calle, lo confunden con otra persona, sueñan con él. En fin, que, aunque la muerte rompa el vínculo del matrimonio, para muchos viudos o viudas en la vida cotidiana el vínculo persiste.

Y el cine que periódicamente apuesta por historias humanas no de ficción, este tema de la viudedad lo trata directamente o tangencialmente. La película LA MIRADA DEL AMOR (The face tol ove) (USA 2013) es un ejemplo. Ella enviudó sintiéndose profundamente enamorada de su marido, que murió de repente. Al cabo de los años conoció a un caballero con cierto parecido. Y cambia su vida. 

No se trata de una comedia, es del género drama. Sus principales actores te hacen creíble la historia.