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Aprender a vivir sin él

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  Ante circunstancias adversas de salud de algún familiar, no es extraño que a uno le adelanten el futuro y le digan Vaya preparándose para lo peor. Si la situación es tensa, difícil, de oración constante, el dolor humano que parece que no se pueda pesar ni medir, es tan evidente como que el dolor corre por tus venas que parecen los rápidos del Orinoco. Cuando el peligro de muerte de la persona que amas retrocede, sigues en shock más tiempo porque aquel dolor es muy difícil de eliminar, y siempre queda una cierta cicatriz de la alarma que has sufrido. Sin embargo, cuando realmente es el momento del final y mortal de la persona querida, ese dolor te rompe a trocitos, muy difíciles de recomponer, siendo más fácil realizar un puzle blanco que rehacerse. Es evidente que me refiero a personas que pierden a otra a la que realmente querían, porque se amaban, o se respetaban, o se podía contar con ella. En otros casos, al poco tiempo del óbito del familiar, unos días más o menos, se re