06 febrero 2016

Amor esponsal y misericordia

Se anuncia un amor sin contenido que se llena según lo relativo de cada uno, en cambio el amor de Dios está definido y no en lo relativo sino en lo concreto, en la verdad. La condición de saberse hijos de Dios en todo momento nos lo aclara todo pues la realidad de la filiación divina es condición esencial de los seres humanos. El fundamento de querer hacer bien las cosas es porque somos hijos de Dios, hemos de ser conscientes de ello. Es un modo de ser basado en la verdad. A nuestros hijos los educamos para que sean buenos hijos. Y nos duele que no lo sean. Aquí también Dios nos enseña cómo actuar.

Hay que empezar en la familia a dejarse corregir y a corregir. Se ha de hacer con cariño y si a uno le corrigen sin cariño, agradecerlo igual. Y luego, pisar con más frecuencia el confesionario de un sacerdote católico. Nos preguntaremos primero: ¿De qué me tengo que arrepentir? Podríamos pensar que todo lo hago bien, no hago mal a nadie. Si pienso así, impediré a Dios su acción de perdonar, pues no hay arrepentimiento.

Para vivir bien el matrimonio hay que perdonar y perdonar constantemente, de esa humildad del perdón nacerá el arrepentimiento. Y podremos entender que un Matrimonio no puede estar sujeto siempre a la revisión, es decir, hay que olvidar en la lucha por ser feliz en el matrimonio que, si no sale bien, me divorcio. Pues el compromiso y la entrega han de ser totales. La integridad de la entrega no va midiendo la cantidad sino superando la entrega sin medida.

La Iglesia tiene una necesidad imperiosa, la de que nos unamos fielmente entre nosotros, ayudándonos con amor, siendo respetuosos, rezando, teniendo paciencia con nosotros mismos, con los que no nos entienden y con los que nos han dado la espalda. Hagamos de nosotros mismos una ofrenda, un holocausto en el amor esponsal, con comprensión, poniéndonos en la piel del otro y de los demás.

No esperemos agradecimientos de nadie, pues el Amor se alimenta de Dios mismo. No tengamos miedo de ser firmes en nuestra vocación matrimonial, el Señor está en medio de los matrimonios. No estamos solos, un cónyuge se ayuda a otro. La alegría mutuamente se transmite y se transmite a los demás. Hemos de estar alegres transformando los problemas en agradecimiento a Dios.

En este caminar de ser Misericordiosos como el Padre, renovemos el propósito de comportarnos como hijos de Dios. 
Que se abran las puertas del cielo, te pido perdón Jesús.