18 junio 2014

Hasta la puerta del infierno

¿Hasta qué punto hemos de ser complacientes con nuestro esposo? Es buena y sana la sumisión al esposo en la medida del amor, pero no en la medida de la violencia. En esa sumisión al esposo, coexiste el control de ser señora de ti misma por voluntad propia, en aras de tu paz interior y de la vida conyugal. La sumisión no es subyugarse a los quereres y delitos del cónyuge, sino en el saber aceptar y comprender al otro tal cual es. Pero ¿Dónde está el límite de la sumisión? Gráficamente está en la puerta del infierno, no más allá. La sumisión tiene ese límite.

En la vida conyugal pueden existir colaboraciones conjuntas en cometer pecados. Por ejemplo, los de avaricia, que serían faltas y delitos económicos, y no valen excusas “Yo amo a mi marido y confío en todo lo que hace” como hemos visto en algunos asuntos judiciales de abaste mediático. Tampoco son excusables los pecados de lujuria, por ejemplo, en los usos matrimoniales o sexuales contra natura como método natural (que no lo es) anticonceptivo, o sesiones de cambios de parejas o aventuras, para que cada uno goce con otras personas que se conocen bien y no tienen enfermedades. O los excesos de gula, aunque sean con el propio esposo; estos también se han de vigilar para que no se conviertan en un descarrío habitual y se destroce el hígado. Y así, podríamos ir añadiendo a la lista otras conductas pecaminosas.

Esta conjunción de complacencias las encontramos en diversos pasajes bíblicos que describen con todo detalle pecados conyugales. Del Libro de los Reyes que se sigue en la XI semana del tiempo ordinario, en la santa misa, hemos leído como el rey de Samaria, Ajab, desea tener la viña de Nabot porque está muy cerca de su palacio, y allí haría plantar un huerto para su placer. A pesar de que Ajab ofreció a Nabot que le daría lo que le pidiera, éste se negó porque no quería ceder la propiedad que había heredado de sus padres. Así las cosas, el rey Ajab entristeció y su esposa, la reina Jezabel, le dijo que como él era el rey de Israel que estuviera tranquilo, que ella le daría la viña. Jezabel, con sus malas artes, urdió una traición contra Nabot, el cual finalmente fue apedreado, ante su pueblo y hasta la muerte. Jezabel le comunicó a Ajab que Nabot había muerto y que ya podía ir a ocupar su viña. Y sin más, Ajab la ocupó.

Como veréis, la mujer, de antes y de ahora, es capaz de ser una arpía de tamaño descomunal por complacer a su instinto cruel y maligno, y de paso o como excusa, complacer a su esposo.

El límite de la puerta del infierno existe y es literal, no hay que pasarlo jamás, ni por complacer al esposo aunque se irrite, ni por complacer a un hijo que te amenaza que se va de casa, ni a una amiga aunque te retire la palabra, ni a una colega del trabajo que te va a criticar, es igual, hay que resistirse a la tentación sabrosa del pecado, pues las almas se salvan individualmente. Cada uno ha vigilar por su salvación eterna y por la de los demás también.

texto bíblico literal:

"Texto del I Libro de los Reyes 21, 1-6

Por aquel tiempo, Nabot, el de Yezrael, tenía una viña pegando al palacio de Ajab, rey de Samaria. Ajab le propuso: "Dame la viña para hacerme yo una huerta, porque está al lado, pegando a mi casa; yo te daré en cambio una viña mejor o, si prefieres, te pago en dinero." Nabot respondió: "¡Dios me libre de cederte la heredad de mis padres!" Ajab marchó a casa malhumorado y enfurecido por la respuesta de Nabot, el de Yezrael, aquello de: "No te cederé la heredad de mis padres." Se tumbó en la cama, volvió la cara y no quiso probar alimento. Su esposa Jezabel se le acercó y le dijo: "¿Por qué estás de mal humor y no quieres probar alimento?" Él contestó: "Es que hablé a Nabot, el de Yezrael, y le propuse: "Véndeme la viña o, si prefieres, te la cambio por otra." Y me dice: "No te doy mi viña."" Entonces Jezabel dijo: "¿Y eres tú el que manda en Israel? ¡Arriba! A comer, que te sentará bien. ¡Yo te daré la viña de Nabot, el de Yezrael!" Escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los ancianos y notables de la ciudad, paisanos de Nabot. Las cartas decían: "Proclamad un ayuno y sentad a Nabot en primera fila. Sentad en frente a dos canallas que declaren contra él: "Has maldecido a Dios y al rey.,' Lo sacáis afuera y lo apedreáis hasta que muera." Los paisanos de Nabot, los ancianos y notables que vivían en la ciudad, hicieron tal como les decía Jezabel, según estaba escrito en las cartas que habían recibido. Proclamaron un ayuno y sentaron a Nabot en primera fila; llegaron dos canallas, se le sentaron enfrente y testificaron contra Nabot públicamente: "Nabot ha maldecido a Dios y al rey." Lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. Entonces informaron a Jezabel: "Nabot ha muerto apedreado." En cuanto oyó Jezabel que Nabot había muerto apedreado, dijo a Ajab: "Hala, toma posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael, que no quiso vendértela. Nabot ya no vive, ha muerto." En cuanto oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a tomar posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael."