
Así las cosas, una colegiala llamada Jing y Sun, hijo de un militar de élite, se conocen cerca de un árbol llamado espino
blanco, pero que da unos frutos rojos porque allí están enterrados muchos mártires de la
revolución…. Su enamoramiento está lleno de gestos, miradas, sonrisas, detalles
sencillos, esperas, paciencias, entregas, sacrificios, viviendo un amor
profundo e intenso en donde la abstinencia, el control de uno mismo, es
impresionante. Sun y Jing se respetan, se guardan mutuamente,
entregándose con el corazón pero reservando las relaciones sexuales para cuando
pudieran casarse. Es el amor en estado puro, en un ambiente hostil a la belleza
del amor. Por todo ello a mi me ha cautivado y me ha emocionado. Compruebas,
una vez más, que nada ni nadie es capaz de arrancar el amor que nace en el fondo del corazón de las personas.
Se trata de una historia dramática, diferente en muchos
sentidos a las que estamos acostumbrados en el cine, a ritmo oriental, con pequeñas
narraciones en of y realizada por chinos que saben mucho de cine. El lema de la
película es algo así como No
te esperaré ni un mes ni veinticinco años, te esperaré toda la vida.