22 enero 2013

En Caná, Israel



Hemos leído en el Evangelio el primer milagro de Jesús en las Bodas de Caná. Nos encontramos de lleno en las fiestas de una boda, en las que Jesús y su Madre participaban porque eran parientes de los contrayentes. Allí Jesús, por intercesión de la Virgen Santísima, como sabemos, obra el bien de la transformación del agua en vino. Las bodas en la época de Jesús duraban una semana, costumbre que todavía hoy rige en muchos otros lugares del mundo, como en la India. Así que aquel error de cálculo de quien organizaba el banquete, sobre la cantidad de vino que tenía que haber previsto, llevó a que la Virgen interviniera. La Virgen con ello nos demuestra que es un familiar más y que debía estar muy ocupada en las tareas domésticas, y no pudiendo resolver el problema tuvo que buscar una solución. Y de esta manera, en un entorno familiar, Jesús empezó a manifestarse.


Y aquella celebración duraba una semana porque una boda era un acontecimiento muy importante, socialmente bien considerado, se invitaba a todos los familiares y como la gente vivía dispersada por la región, cada uno llegó a Caná cuando pudo, en cualquier caso tuvieron que trasladarse a pie o al lomo de algún animal. Hoy Caná de Galilea (Israel) está en el mismo lugar que hace más de dos mil años, pero es de mayor extensión, y es un destino de peregrinación donde los matrimonios cristianos renuevan sus promesas matrimoniales.

Si bien algunos expertos pueden llegar a considerar que se trató de un milagro secundario, pero muy importante gracias a la intervención de la Virgen, creemos que la primera manifestación pública de Jesús efectuada en el seno de la familia, precisamente en el acontecimiento de una boda, nos lleva a meditar a que el Matrimonio para Jesús ya era algo sagrado aunque todavía no había pronunciado las palabras que definirían la indisolubilidad del compromiso, y que más tarde quedarían escritas para siempre: lo que Dios une en el cielo, el hombre no lo separa en la tierra.