Carta pastoral del mes de
febrero de 2015 del Prelado del Opus Dei, Dr. Javier Echevarría
Queridísimos: ¡que Jesús me
guarde a mis hijas y a mis hijos! Paso a paso recorremos estos meses tan ricos
en aniversarios significativos —cabría decir también: redondos— de
nuestra Obra, por los que damos gracias a Dios, y que nos ayudan a pensar que
todas y todos somos Iglesia, somos Opus Dei.
Dentro de pocos días se
cumplirán 85 años del momento en el que Nuestro Señor hizo comprender a san
Josemaría que el Opus Dei era también para las mujeres, lo mismo que para los
hombres. No pensaba yo que en el Opus Dei hubiera mujeres,
escribió nuestro Fundador en una carta dirigida especialmente a sus hijas. Pero,
aquel 14 de febrero de 1930, el Señor hizo que sintiera lo que experimenta un
padre que no espera ya otro hijo, cuando Dios se lo manda. Y, desde entonces,
me parece que estoy obligado a teneros más afecto: os veo como una madre ve al
hijo pequeño1. Y puedo añadir que cada jornada salía de su alma un
profundo agradecimiento a sus hijas.
1 San Josemaría, Carta 29-VII-1965, n. 2. 2 San Josemaría,
Notas de una reunión familiar, año 1955. 3
San Juan Pablo II, Litt. apost. Mulieris
dignitatem, 15-VIII-1988, nn. 3-4.
¡Cuántas gracias dio nuestro
Padre a Dios por esta luz divina, insisto, que se encendió con la presencia de
las mujeres en el Opus Dei! Como explicó en otros momentos, la Obra
verdaderamente, sin esa voluntad expresa del Señor (...), hubiera quedado manca.
2. En su carta apostólica sobre la dignidad y misión de la mujer, san Juan Pablo II se detenía a considerar el momento sublime de la Anunciación. «Al llegar la plenitud de los tiempos —explica— envió Dios a su Hijo, nacido de mujer. Con estas palabras de la Carta a los Gálatas (4, 4) el apóstol Pablo relaciona entre sí los momentos principales que determinan de modo esencial el cumplimiento del misterio "preestablecido en Dios" (cfr. Ef 1, 9). El Hijo, Verbo consubstancial al Padre, nace como hombre de una mujer cuando llega "la plenitud de los tiempos". Este acontecimiento nos lleva al punto clave en la historia de la humanidad en la tierra, entendida como historia dela salvación. Es
significativo que el Apóstol no llama a la Madre de Cristo con el nombre propio
de "María", sino que la llama "mujer", lo cual establece
una concordancia con las palabras del Protoevangelio en el Libro del Génesis
(cfr. 3, 15). Precisamente aquella "mujer" está presente en el
acontecimiento salvífico central, que decide la "plenitud de los
tiempos", y que se realiza en Ella y por medio de Ella (...). De esta
manera "la plenitud de los tiempos" manifiesta la dignidad
extraordinaria de la "mujer"»3. Hijas mías, no son amabilidades estas reflexiones,
sino una honda invitación a considerar vuestra importancia en la Iglesia, al
mismo tiempo que un estímulo para que cuidéis vuestra fidelidad cotidiana.
2. En su carta apostólica sobre la dignidad y misión de la mujer, san Juan Pablo II se detenía a considerar el momento sublime de la Anunciación. «Al llegar la plenitud de los tiempos —explica— envió Dios a su Hijo, nacido de mujer. Con estas palabras de la Carta a los Gálatas (4, 4) el apóstol Pablo relaciona entre sí los momentos principales que determinan de modo esencial el cumplimiento del misterio "preestablecido en Dios" (cfr. Ef 1, 9). El Hijo, Verbo consubstancial al Padre, nace como hombre de una mujer cuando llega "la plenitud de los tiempos". Este acontecimiento nos lleva al punto clave en la historia de la humanidad en la tierra, entendida como historia de
San Josemaría tenía muy
presente esta realidad. En una carta de 1965, nos señalaba: de alguna
manera, podemos decir que en la Virgen Santísima se realiza, en grado eminente,
la función asignada por Dios a la mujer en la historia de la Salvación: su
aportación específica a la
corredención. Y añadía, dirigiéndose a sus hijas en el Opus Dei y,
en
general,
a las mujeres cristianas: en Nuestra Señora tenéis el modelo y el auxilio
para la elevación al plano de la gracia de vuestros talentos y quehaceres
naturales, convirtiendo vuestra función propia, en la familia y en la sociedad,
en instrumento divino de santificación, en una misión peculiar en el seno de la
Iglesia: participando, en la medida de vuestra correspondencia personal a la
gracia, de la excelencia y de la prioridad con que Dios ha adornado a su Madre.
4. San Josemaría, Carta 29-VII-1965, n. 3. 5 Ibid., n. 2. 6 Papa Francisco, Discurso en la audiencia general, 17-XII-2014. 7 Ibid. 8 Cfr. Gn 1, 26-28.
4. San Josemaría, Carta 29-VII-1965, n. 3. 5 Ibid., n. 2. 6 Papa Francisco, Discurso en la audiencia general, 17-XII-2014. 7 Ibid. 8 Cfr. Gn 1, 26-28.
El carácter de familia
cristiana unida por vínculos sobrenaturales —que nos afecta a cada una y a cada
uno— queda resaltado en la Obra por el insustituible papel de mis hijas. Ha
sido voluntad expresa del Señor que en la Prelatura del Opus Dei caminemos
mujeres y hombres, con una completa separación en lo que se refiere a los
medios de formación y a los apostolados, pero con una plena unidad —espiritual,
moral y jurídica— con fundamento visible en el Prelado, Padre de esta familia espiritual.
Al formar un solo hogar —explicaba san Josemaría—, hay en la Obra un solo
puchero, del que cada uno toma según su necesidad.
5. Por eso, aunque en estas líneas trate especialmente del papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, esas consideraciones valen también para los hombres, cambiando lo que sea necesario.
5. Por eso, aunque en estas líneas trate especialmente del papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, esas consideraciones valen también para los hombres, cambiando lo que sea necesario.
Todos hemos sido llamados a
buscar la plenitud de la vida cristiana, según las circunstancias en las que
Dios se dirige a cada uno. En el celibato apostólico o en el matrimonio, la
respuesta a Dios ha de ser siempre total. En este año mariano de la Obra, os he
invitado a recurrir a la
Sagrada Familia de Nazaret, rezando especialmente por las
familias del mundo entero. La familia de Nazaret —decía el Papa en una
de las catequesis que está dedicando a este tema— nos compromete a
redescubrir la vocación y la misión de la familia, de toda familia. Y, como
ocurrió en aquellos treinta años de Nazaret, así nos puede suceder también a
nosotros: hacer que el amor sea normal y no el odio, hacer que la ayuda mutua
sea algo común, no la indiferencia o la enemistad.
6. Dios quiere que en toda familia —sea de origen natural o sobrenatural— reine siempre la generosidad, que es fuente de armonía y de paz. De este modo, recreando día a día el ambiente de Nazaret en cada hogar, cada vez que hay una familia que custodia este misterio, aunque esté en la periferia del mundo, el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, está actuando. Y viene para salvar al mundo. Ésta es la gran misión de la familia: hacer sitio a Jesús que viene, recibir a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la mujer, de los abuelos, porque Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia.
7. Y, análogamente, en la gran familia de la Iglesia. La familia basada en vínculos naturales tiene como fundamento el matrimonio, situación estable y definitiva entre un hombre y una mujer para cumplir el mandato de Dios en la creación.
8. Para los bautizados, como sabemos bien, el matrimonio es además un sacramento: canal por el que llega a los cónyuges la gracia específica de su estado, imagen de la unión de Cristo con la Iglesia.
9. Por esto pienso siempre —escribe nuestro Padre— con esperanza y con cariño en los hogares cristianos, en todas las familias que han brotado del sacramento del matrimonio, que son testimonios luminosos de ese gran misterio divino —sacramentum magnum! (Ef 5, 32), sacramento grande— de la unión y del amor entre Cristo y su Iglesia. Debemos trabajar para que esas células cristianas de la sociedad nazcan y se desarrollen con afán de santidad, con la conciencia de que el sacramento inicial —el bautismo— ya confiere a todos los cristianos una misión divina, que cada uno debe cumplir en su propio camino.
10.9 Cfr. Ef 5, 31-32. 10 San Josemaría, Conversaciones, n. 91. 11 San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 23-VI-1974. 12 San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 4-VI-1974. 13 Mt 5, 21-24.
6. Dios quiere que en toda familia —sea de origen natural o sobrenatural— reine siempre la generosidad, que es fuente de armonía y de paz. De este modo, recreando día a día el ambiente de Nazaret en cada hogar, cada vez que hay una familia que custodia este misterio, aunque esté en la periferia del mundo, el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, está actuando. Y viene para salvar al mundo. Ésta es la gran misión de la familia: hacer sitio a Jesús que viene, recibir a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la mujer, de los abuelos, porque Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia.
7. Y, análogamente, en la gran familia de la Iglesia. La familia basada en vínculos naturales tiene como fundamento el matrimonio, situación estable y definitiva entre un hombre y una mujer para cumplir el mandato de Dios en la creación.
8. Para los bautizados, como sabemos bien, el matrimonio es además un sacramento: canal por el que llega a los cónyuges la gracia específica de su estado, imagen de la unión de Cristo con la Iglesia.
9. Por esto pienso siempre —escribe nuestro Padre— con esperanza y con cariño en los hogares cristianos, en todas las familias que han brotado del sacramento del matrimonio, que son testimonios luminosos de ese gran misterio divino —sacramentum magnum! (Ef 5, 32), sacramento grande— de la unión y del amor entre Cristo y su Iglesia. Debemos trabajar para que esas células cristianas de la sociedad nazcan y se desarrollen con afán de santidad, con la conciencia de que el sacramento inicial —el bautismo— ya confiere a todos los cristianos una misión divina, que cada uno debe cumplir en su propio camino.
10.9 Cfr. Ef 5, 31-32. 10 San Josemaría, Conversaciones, n. 91. 11 San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 23-VI-1974. 12 San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 4-VI-1974. 13 Mt 5, 21-24.
San Josemaría daba a los
esposos unos consejos nacidos de su experiencia y de su ministerio sacerdotal.
En una ocasión, respondiendo a una pregunta que le hicieron en Buenos Aires,
exhortaba: ¡Quereos de verdad! (...). Desde luego, delante de los hijos,
no riñáis jamás; que los niños se fijan en todo, y forman enseguida su juicio.
No saben que san Pablo ha escrito: qui iúdicat Dóminus est (1 Cor 4,
4), que es el Señor el que juzga. Se erigen en señores, aunque tengan tres o
cuatro años, y piensan: mamá es mala, o papá es malo: ¡es un lío tremendo,
pobres criaturas! No provoquéis esa tragedia en los corazones de vuestros
hijos. Esperad, tened paciencia; y ¡ya reñiréis!, cuando el chico esté dormido.
Pero poquito, sabiendo que no tenéis razón.
11.Todos podemos hacer nuestros estos consejos, que ayudan a salvaguardar la convivencia fraterna con las demás personas. Hay que meterse el carácter en el bolsillo —decía con buen humor nuestro Padre— y, por amor de Jesucristo, sonreír y hacer agradable la vida a los que tenemos junto a nosotros.
12. No supone algo extraño —somos seres humanos, no espíritus puros— que, en algún momento, se escape una reacción desabrida o de mal genio, fruto de la soberbia personal, capaz de enturbiar la convivencia entre las personas. Pero contamos con el remedio al alcance de la mano: saber pedir perdón, mostrar de un modo u otro que nos duele haber causado un disgusto a alguien. Y si alguna vez pensamos que nos han ofendido, rechacemos terminantemente del corazón —con la ayuda del Señor— cualquier resentimiento: evitemos incubar gérmenes nocivos que podrían agriar las relaciones con los demás.
11.Todos podemos hacer nuestros estos consejos, que ayudan a salvaguardar la convivencia fraterna con las demás personas. Hay que meterse el carácter en el bolsillo —decía con buen humor nuestro Padre— y, por amor de Jesucristo, sonreír y hacer agradable la vida a los que tenemos junto a nosotros.
12. No supone algo extraño —somos seres humanos, no espíritus puros— que, en algún momento, se escape una reacción desabrida o de mal genio, fruto de la soberbia personal, capaz de enturbiar la convivencia entre las personas. Pero contamos con el remedio al alcance de la mano: saber pedir perdón, mostrar de un modo u otro que nos duele haber causado un disgusto a alguien. Y si alguna vez pensamos que nos han ofendido, rechacemos terminantemente del corazón —con la ayuda del Señor— cualquier resentimiento: evitemos incubar gérmenes nocivos que podrían agriar las relaciones con los demás.
El Señor es muy claro en este
punto, como recoge el Evangelio. Habéis oído que se dijo a los antiguos:
"no matarás", y el que mate será reo de juicio. Pero Yo os digo: todo
el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a
su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que le maldiga será reo del fuego
del infierno. Por lo tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu
hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, vete
primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu
ofrenda.
13. La virtud teologal de la caridad —que incluye al mismo tiempo el cariño humano— nos impulsará a tratar de pensar siempre en los demás, y no en nosotros mismos. San Josemaría, de modo gráfico, expresaba así el ideal de un hijo de Dios: hacerse alfombra en donde los demás pisen blando. E inmediatamente añadía: no pretendo decir una frase bonita: ¡ha de ser una realidad! —Es difícil, como es difícil la santidad; pero es fácil, porque —insisto— la santidad es asequible a todos.
14. San Josemaría, Forja, n. 562. 15 2 Cor 2, 15. 16 Tertuliano, Apologético 39, 7 (CCL 1, 151). 17 San Josemaría, Carta 8-VIII-1956, n. 7. 18 Cfr. San Josemaría, Camino, n. 933.
13. La virtud teologal de la caridad —que incluye al mismo tiempo el cariño humano— nos impulsará a tratar de pensar siempre en los demás, y no en nosotros mismos. San Josemaría, de modo gráfico, expresaba así el ideal de un hijo de Dios: hacerse alfombra en donde los demás pisen blando. E inmediatamente añadía: no pretendo decir una frase bonita: ¡ha de ser una realidad! —Es difícil, como es difícil la santidad; pero es fácil, porque —insisto— la santidad es asequible a todos.
14. San Josemaría, Forja, n. 562. 15 2 Cor 2, 15. 16 Tertuliano, Apologético 39, 7 (CCL 1, 151). 17 San Josemaría, Carta 8-VIII-1956, n. 7. 18 Cfr. San Josemaría, Camino, n. 933.
El aniversario del 14 de
febrero de 1930 nos hace presente la contribución esencial que las mujeres
están llamadas a prestar al ambiente de familia en el propio hogar, en los
lugares donde trabajan, en las asociaciones profesionales y sociales en las que
toman parte. Quizá no os dais cuenta, hijas mías; pero vuestro modo de
presentaros en la sociedad —el porte honesto y elegante, las buenas maneras en
el trato con los demás, vuestra sonrisa—, así como la limpieza y cuidado de la
casa, contribuye admirablemente a mostrar a otros la maravilla de considerarse
hijos de Dios. Así lleváis a todas partes el buen olor de Cristo distintivo de
los cristianos.
«¡Mirad cómo se aman»! comentaban
los paganos al ver el cariño con que se trataban entre sí los primeros
cristianos. También ahora ha de notarse que nos queremos y que amamos a todas
las personas con las que coincidimos. Fomentemos los deseos de servir, de
gastarnos gustosamente por los demás. Cuidemos más, en este año mariano
dedicado a la familia, los detalles de la convivencia amable y positiva con las
demás personas, en todos los ambientes, comenzando por el propio hogar. Es muy
importante que cada una y cada uno busque hacer familia en su entorno.
Si tratamos a María y a José, aprenderemos tantos detalles para mejorar las
buenas disposiciones que el Señor ha puesto en nuestras almas.
El otro aniversario que
celebramos en la misma fecha —el de la fundación de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz —
nos habla también de ese desvivirse con alegría por hacer pacífica y gozosa la
vida a los otros. En el Opus Dei, como incansablemente enseñó san Josemaría, todos
somos iguales. Sólo hay una diferencia práctica: los sacerdotes tienen más
obligación que los demás de poner su corazón en el suelo como una alfombra,
para que sus hermanos pisen blando (...). Han de ser firmes, apacibles,
cariñosos, alegres; servidores especiales —siempre con sosiego y alegría— de
los hijos de Dios en su Obra.
17. y de todas las almas. Son, en cualquier situación y circunstancia en que se encuentren, instrumentos de unidad.
17. y de todas las almas. Son, en cualquier situación y circunstancia en que se encuentren, instrumentos de unidad.
Dejo de lado la referencia a
otras celebraciones litúrgicas y familiares que caen en este mes: el comienzo
de la Cuaresma, el aniversario de la locución divina —obras son amores y no
buenas razones— que nuestro Padre escuchó en el fondo de su alma el 16 de
febrero de 193218, el aniversario del decrétum láudis a la Obra
por parte de la Santa Sede
en 1947... Cada una, cada uno, podemos sacar consecuencias personales en
nuestros ratos de oración. Muchos detalles podría añadiros de cómo san
Josemaría cuidaba el hogar del Opus Dei: citaré sólo uno.
Cuando se trasladaron sus hijas
al Japón, para comenzar la labor apostólica entre las mujeres, mientras
navegaban hacia aquel archipiélago las acompañaba con su oración y su
pensamiento en todos los instantes. Y en sus cartas a los Vicarios, al comenzar
la labor en los
diferentes países, queda constancia de su interés en preparar la llegada de las
mujeres de la Obra: ocúpate de abrir el camino —les decía a cada uno— para que
pronto puedan comenzar tus hermanas: y así el Opus Dei estará completo también
en ese lugar.
No sé precisar el motivo por el
que me llevó nuestro Padre, en un momento en el que no había nadie, a la nueva
zona construida de la Administración, que fue la primera de estos edificios de
Villa Tevere. Saqué la impresión de que deseaba mostrarnos que, para que todo
funcione, lo primero en los Centros —después del Sagrario— son siempre sus
hijas. Era evidente el contraste entre su interés porque la Administración
estuviera perfectamente acabada, en comparación con la parte de la residencia
ocupada por él mismo y por sus hijos.
Al encomendar la persona e
intenciones del Santo Padre, tengamos presente el consistorio y el nombramiento
de nuevos cardenales que el Papa Francisco ha anunciado para este mes. En esa
oración, pedid por todos los colaboradores del Romano Pontífice, bien unidos a
mis intenciones.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre
+ Javier
Roma, 1 de febrero de
2015.