La
calle donde vivo es peatonal. Antes del confinamiento era un paseo donde
transitaba mucha gente, arriba en dirección montaña, abajo en dirección el mar,
como una rambla. Tanto bullicio convocaba a llenar las terracitas, las
cafeterías, las tiendas de ropa, de telefonía, de alimentación, farmacias, etc.
Ahora en este barrio se cumple el confinamiento, no obstante, a modo personal.
Hay quién saca a pasear al perro cuando aplaudimos a las 8 de la tarde, se
sienta en un banco y pasa un ratito de ruido y música que rompen la monotonía
del silencio. O se lía un cigarrillo delante de la persiana de un local
cerrado, medio a escondidas, se lo fuma, y está un breve tiempo sin que
nadie le moleste. O el típico ciudadano comprando a todas horas, o bajando la
basura como está mandado. Todo dentro de la normalidad, contemplándolo desde mi
ventana y haciendo lo propio.
Nadie
denuncia. Hay que ponerse en la piel de cada uno. Pues para otras cosas y altercados ya
están los policías.
Pero
se dio el caso que el otro día, llovió. Fue insólito. Por lo visto los perros
no precisaban salir a la calle ni a orinar ¡tan siquiera! No vi un perro, ni
dos ni tres. Las colas del supermercado y la tienda de congelados, que suelen
ser largas, eran inexistentes. La quiosquera, bajó la persiana. Tiempo desapacible.
Así que se produjo un confinamiento pluscuamperfecto, como en pleno ferragosto
a la hora más alta de sol, que ni los perros salen a pasear pues se le
quemarían las plantas de sus patitas.
Al
lado de la tienda de congelados, haciendo esquina con otra calle peatonal
abierta recientemente, tenemos un comercio de ropa de casa. La que lo regenta, desde
hace muchos años, se llama María Ángeles. No puede abrir su modus vivendi
porque de momento estos comercios no están en la lista de la desescalada del
confinamiento. Sin embargo, María Ángeles se ha puesto a coser y coser y ha
elaborado, a su cargo, mil seiscientas mascarillas de ropa de algodón con goma
blanca y las regala a quien le pide, vecinos o transeúntes anónimos, una mascarilla por
persona que tiene que salir a la calle. A mí también me regaló mascarillas para
mí y mi familia, y no me quiso cobrar de ninguna de las maneras. ¡¡Gracias!!
Hemos
visto en los medios de comunicación e Internet muchas noticias parecidas a esta, pues la
generosidad es abundante en tiempos difíciles y cada uno hace lo que sabe, además
llena más el corazón dar que recibir. Por estas personas generosas, también seguimos
aplaudiendo desde nuestras ventanas cada día.
Y sin desfallecer, que va
quedando menos.
Tengamos la alegría que nos infunde el Espíritu Santo, la cual no se trata de un subidón de emociones, sino de un gozo interior en esta Pascua de Resurrección.