12 junio 2015

El adulterio y otros pecados

Los pecados contra la sexualidad natural no son algo de nuestro tiempo sino una tendencia propia de la naturaleza humana, que se frena utilizando la voluntad. Los deseos sexuales son algo completamente natural, y por lo tanto en sí mismos no son malos. Pero poner el freno a esa posible satisfacción física es también gozoso porque es el resultado del autocontrol, el dominio de uno mismo, que elevándolo al orden sobrenatural, es un triunfo a nuestras luchas diarias.

No obstante, en ese combate personal aparecen tentaciones relacionadas con la sexualidad impropia, es decir, aquella que se desarrolla en un entorno contra natura, como por ejemplo satisfacer el deseo sexual con animales. O con personas del mismo sexo. También aquella que se desarrolla con personas de diferente sexo por promiscuidad, falta de control en las pasiones, ignorancia, enfermedad, etc. Por último, la masturbación en si misma, con o sin ayuda de cosas, objetos o animales. En fin, unas experiencias que nada tienen que ver con el amor esponsal entre un hombre y una mujer, en el cual se desarrolla una sexualidad abierta a la vida, por amor y también con el interés de satisfacer el placer sexual, individual y mutuo. 

Aún y a pesar del propio matrimonio, el atice de las tentaciones también puede aparecer: intentos de cambio de pareja consentido, masturbaciones de ensoñaciones con otra persona, visión de películas porno en pareja para estimular nuevas experiencias que embrujen las propias, y más!

Si nos remontamos a diez o doce siglos antes de Cristo, al libro bíblico del Deuteronomio, atribuido a Moisés, leemos como Moisés le recuerda al pueblo de Israel, liberado de la esclavitud de Egipto, las maldiciones de Jahvé por conductas reprobables antes de entrar en la tierra prometida. Entre muchas ellas leemos: (Deuteronomio 27)

Las doce maldiciones

27:14 Los levitas tomarán la palabra y dirán en alta voz a todos los hombres de Israel:

27:15 Maldito sea el hombre que hace un ídolo  tallado o de metal fundido —abominación para el Señor, obra de un artesano— y lo guarda en un lugar oculto. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:16 Maldito sea el que menosprecia a su padre o a su madre. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:17 Maldito sea el que desplaza los límites de la propiedad de su vecino. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:18 Maldito sea el que aparta a un ciego del camino.  Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:19 Maldito sea el que conculca el derecho del extranjero,  del huérfano o de la viuda. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:20 Maldito sea el que se acuesta con la mujer de su padre, porque de esa manera descubre el borde de la manta de su padre. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:21 Maldito sea el que se acuesta con un animal. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:22 Maldito sea el que se acuesta con su hermana, la hija de su padre o de su madre. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:23 Maldito sea el que se acuesta con su suegra. Y todo el pueblo responderá: Amén
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27:24 Maldito sea el que mata ocultamente a su prójimo. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:25 Maldito sea el que se deja sobornar para quitar la vida a un inocente. Y todo el pueblo responderá: Amén.

27:26 Maldito sea el que no respeta ni cumple las palabras de esta Ley. Y todo el pueblo responderá: Amén.

Todo este panorama pecaminoso va construyendo unas estructuras de pecados, algunos de ellos de sexualidad dentro y fuera del matrimonio. Sabemos que el adulterio es pecado mortal, pero también lo son otras experiencias relacionadas con la sexualidad, como las citadas.

Por ello es bueno tomar el control de uno mismo, cuidar el matrimonio cada día, despertar la lívido natural creada en el propio matrimonio, no buscar experiencias de película, estar alerta en las vacaciones, las fiestas, las excursiones, la playa, las piscinas, etc. de lo que pronto disfrutaremos, pues con el calor las tentaciones pueden aumentar. El cambio de actividad del verano ha de ser un tiempo para unirse más y redescubrir en el cónyuge aquello que habíamos olvidado.

*El cuadro: El carro de heno, de El Bosco