Hasta no hace mucho, cuando llegaba la primavera, quién
más o quién menos teníamos una invitación para ir a una boda de un pariente,
familiar o amistad. Pero en cosa de treinta años el porcentaje de matrimonios
en España ha ido bajando. Se da el caso que en Cataluña (España) se celebran muy pocas bodas católicas. Es una lástima, pues la
parejas se siguen creando pero viven sin la gracia del Gran sacramento del Matrimonio,
como decía san Pablo.
Se puede decir que se celebran más bodas civiles que
católicas. En estos enlaces civiles hay tener en cuenta que los novios sellan
su compromiso ante una autoridad pública, se les lee las obligaciones y
derechos según el código civil español, por lo que efectivamente existe el
intercambio de un compromiso dado, basado en una norma jurídica y humana. La labor que los católicos podemos hacer, no es la de martillo de herejes, sino la de hablarles de Dios
para que un día ansíen que ese compromiso dado puedan vivirlo con el apoyo y la
gracia de Dios.
En contra partida, aunque la laicidad no está ausente,
también puede suceder que en un paseo por Madrid, entre museos y exposiciones
muy interesantes, al visitar dos iglesias católicas se estén celebrando dos bodas, con pocas horas de diferencia.
Eso nos ocurrió a mi marido y a mí, y nos hizo muy felices pues estábamos a
cuatro días de celebrar nuestro treinta y siete aniversario de bodas, recorriendo los lugares donde nos dimos la promesa de nuestro futuro
compromiso.
Viendo vestidos espectaculares, tocados y sombreros,
rezamos por los novios pues la oración es el mejor sustento del
Matrimonio.