La conmoción colectiva e individual
que ha generado el homicidio múltiple, provocado por un solo hombre, Andreas
Lubitz, que se adjudicó el pilotaje de una aeronave, estrellándola contra una montaña
de los Alpes franceses y matando a 149 personas, nos ha multiplicado las preguntas,
algunas de ellas existenciales, del por qué ha podido pasar esto. Buscamos todo
tipo de explicación humana al hecho mismo que movió al Lubitz a cometer el referido
crimen. Si bien ya sabemos que estaba enfermo, y con ello va a
quedar justificada o a lo sumo motivada su acción, tendremos que ahondar en las
libertades y derechos humanos y en muchas normativas básicas, para que se
impida la comisión de crímenes de este calibre.
¿Quién ha de hacerse cargo de los
enfermos? ¿La familia, las administraciones e instituciones públicas, la
empresa donde presta sus servicios o el enfermo en su soledad? Y ¿Quién ha de
saber quienes están enfermos y de qué? ¿La familia, las administraciones e
instituciones públicas, la empresa donde presta sus servicios o solo el propio
enfermo?
¿Qué hemos elegido?
Hemos elegido apartar la Cruz de
cada día y en paralelo, aprobamos leyes y otras normas que regulan la
protección de los datos personales para que nada trascienda de uno mismo, en
aras del bien individual, olvidando el bien común. Hemos elegido que los
enfermos son una carga para nosotros y los deberes de la caridad también. ¿O no
es así?
Todo esto es muy complicado.
Parece una acusación, sin embargo es una llamada a la reflexión ante el tamaño
de la catástrofe área referida, que como dijo el director de la compañía Lufthansa
no se la podían imaginar ni en las peores
pesadillas. La mente humana avanza y las transgresiones se mudan. No
obstante, el amor hacia el prójimo disminuye, y todo queda en una amorfosidad
de libertades y derechos presididos por un relativismo impresionante. Yo y yo mismo dirijo mi vida y la de los
demás. Nada ha de resultar extraño, cada uno puede decir, callar y pensar
lo que quiere, pues todo está bien aunque sea moralmente malo.
¿Qué salida nos queda?, yo diría
que lo primero que podemos hacer es rezar muchísimo.
Hemos de rezar por las 150 víctimas
del avión siniestrado y por sus familiares, parientes y allegados. Por
todos lo profesionales que están trabajando en las tareas que tienen asignadas
(científicos, pilotos, mecánicos, periodistas, fiscales, abogados, policías, transportistas, conductores, médicos, psicólogos, etc.) y por los habitantes de las poblaciones cercanas.
Hemos de rezar también para que
sepamos cuidar, cada uno de nosotros, de nuestros enfermos y de nuestras víctimas, pues en
cada familia los hay, que nadie se de a engaño.
Hemos de promover la caridad,
primero en nuestro entorno (familia, trabajo, vecinos, pueblo, ciudad…)
irradiar el amor hacia los demás y apoyarnos en la Cruz de Cristo,
especialmente en esta Semana Santa que hemos empezado. Hemos de saber detectar
el relativismo, ese individualismo y egoísmo indecentes, para transformarlo en
amor. Y hagamos lo que hagamos, no nos olvidemos de nuestros enfermos, pues si
cuidamos de ellos revertiremos un gran bien a la sociedad.
* En la foto, ofrenda floral en el monolito de El Vernet (Francia)