13 junio 2013

Viudas santas

En el santoral de la Iglesia Católica podemos encontrar infinidad de nombres de hombres y mujeres de los que se ha constatado que a lo largo te su vida han vivido con heroicidad las virtudes humanas y la teologales. En el caso de mujeres santas, cuando buscamos sus imágenes en muchos casos las vemos vestidas de monjas, con el hábito pertinente de la orden religiosa en la que ingresaron y en la que se comprometieron con los votos de pobreza y castidad. Sin embargo, y esto es lo interesante, antes de tomar el hábito habían sido esposas y madres, habían vivido penalidades económicas,  destierros o guerras, y problemas del mundo como cualquier esposa, pero al enviudar, se retiraron a hacer oración, ensambladas para siempre con Jesucristo. Por eso la lectura de la vida de los santos nos acerca a la realidad de que se puede vivir la santidad en la rutina de cada día en el estado de un laico normal y corriente. Pues a pesar de tomar el hábito, al enviudar en los casos que cito a continuación vivieron la santidad antes de casarse, en el matrimonio y en la viudedad.

 
Vemos pues que santa Joaquina de Vedruna (Barcelona – España, 1873-1854) se casó a los 16 años, tuvo 9 hijos, muchos nietos y a los 33 años enviudó. A partir de esa fecha entró a formar parte de la orden  Carmelitas Calzadas y a los 47 años fundó la Comunidad de las hermanas Carmelitas de la Caridad; al morir a los 71 años había fundado conventos, escuelas y hospitales en diversos sitios de España. Se puede decir que fue una santa emprendedora y una gran mujer de oración.

Santa Rita de Cascia, (Cascia-Italia, 1381-1457) conocida en el mundo como la patrona de los imposibles, y de la que se hizo una película biográfica muy digna (2004), también se casó muy joven con un hombre que formaba parte de una de las dos familias rivales de la región, tuvo dos hijos varones, gemelos, que murieron de peste, después de conseguir a base de mucha oración la paz en la región donde siempre había peleas entre dos familias, al enviudar entró milagrosamente a formar parte del convento de Santa María Magdalena de la orden de san Agustín, en Cascia (Italia). Allí vivió hasta los 76 años, sufriendo los estigmas de Jesucristo, entregada a la oración y a las más exacerbadas penitencias.