19 junio 2011

Ah! Me duelen los pies

Ya empieza el calor de nuestro Mediterráneo, y ya empezamos a quejarnos, a pesar de que lo estamos deseando pues vemos más cerca las vacaciones, el cambiar de actividad, y hasta presumir de toda la ropa nueva que nos hemos comprado, o que hemos transformado en la modista para darle un aire más a ti… Pero aparece una duda tremenda, muy femenina: los zapatos! Siempre hay alguien que te dice en casa que: ya tienes zapatos; pero después de pasar un invierno en el armario se han deformado, han cambiado de color, o lo que sea, por dar una excusa, por lo tanto concluyes que necesitas zapatos. Además tienes aquella boda que no tienes más remedio que ir pero que como ya sabes dónde se va a celebrar, piensas que te vas a morir derretida por el efecto del calor, y los pies los sentirás fuera de ti misma porque no sabrás qué hacer con ellos, hinchados y doloridos, ya que ese es el último recuerdo que tienes de aquella boda en pleno ferragosto.

Pero claro! el ortopodólogo no va a poder hacer milagros con tus huesos y ya te ha advertido que hay que ir por debajo de ocho (o cinco?) centímetros. Con toda esta mezcla de considerandos, como si se tratara de una demanda judicial,  no puedes esperar a las rebajas. Empiezas a pensar que se acabará tu número pues el 37 es de lo más habitual, además no tienes a nadie cerca que tenga el más mínimo interés de ver cómo te vas calzando zapatos… y zapatos en las tiendas para comprobar si eres la cenicienta del cuento. Entonces pillas tiempo de la agenda, haces escapadas a aquellas tiendas que crees que son tan chulas, pero después, te producen tanta decepción, pues solamente son más caros que en otros sitios. Las amigas te aconsejan, y venga de verbalizar todas, sin ponernos de acuerdo.

Y pasan los días, las tonterías y las pérdidas de tiempo, pues realmente te duelen los pies si empiezas a comprimirlos con esas sandalias de presentadora de televisión que a duras penas caminan cuatro pasos por el plató. Y a aquel que te decía…tienes zapatos, por fin le haces caso y eureka! aparecieron unas sandalias bonísimas de color beige y de charol que soportan perfectamente tus muchos huesecillos y, por fin, te quedas tranquila y piensas con más calma que si no estrenas zapatos, tampoco eres la novia de la boda, y en cambio podrás disfrutar sencillamente de toda la fiesta.