En todos los matrimonios se estropea algo de vez en cuando, pero no todo es irreparable. En el noviazgo gracias al amor, surge la atracción, se escogen los elementos, los colores, los materiales, como si de una construcción se tratara. Si es profundo ese amor, empiezan a crecer los cimientos, se vislumbran las partes del edificio, y cuando se hacen las paredes, las medianeras, la fachada y la contra fachada y se cubren aguas, todo se une en una sola cosa en ese nuevo edificio, el matrimonio. Se ensambla y se funde todo en uno. Lo que eran partes ahora es una sola cosa. Y empieza una vida nueva: ella con él, y él con ella, uno y otra entregados mutuamente. Pero a diferencia de un edificio de piedra y de otras miles de cosas, en el matrimonio el ensamblaje no solo es de cuerpos (de materia) sino de almas (espíritu) y en esa fusión interviene la gracia santificante del sacramento, esa fuente inagotable de Amor, del amor de Dios, que nos cura, nos repara, nos habla, nos escucha, nos anima y nos da la fuerza para seguir adelante, cada día, cada momento, minuto a minuto!, incluso durmiendo.
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