Nos quedamos a veces sin saber qué hacer ni qué decir,
como atónitos. En cambio, el deber de un cristiano es el de reaccionar ante
cualquier ataque a Dios y a sus cosas, a sus dones, a la Santísima Trinidad, a Jesús
y a su Madre, la Virgen Santísima. Pero no podemos hacerlo todo. Por eso cada
uno ha de elegir su senda de apostolado y de defensa en favor de la doctrina de
Cristo. En primer lugar, es el de nuestra familia. A lo mejor, lo hemos hecho muchas
cosas mal. Pero tenemos el hoy y el mañana para reparar y meritar la misericordia
de Dios.
Os explico unos testimonios corrientes.
En la celebración de la Vigilia Pascual tuve el gran gozo
de asistir a la celebración de tres sacramentos: dos chicas jóvenes fueron
bautizadas, una de ellas recibió, además, el sacramento de la confirmación y
ambas la sagrada comunión. ¿Qué había acontecido antes? No lo sabemos ni nos
importa. Lo importante es que en el momento en que ha querido Dios las llamó y
le oyeron. Y ahora son cristianas como tú y como yo, pero a otra edad, sí. Pero
lo son. Fue un gran ejemplo de amor y de generosidad hacernos partícipes a todos
los fieles presentes de aquellas conversiones, católicas por la gracia de
Dios.
Otro ejemplo. Unos profesionales de carrera jurídica,
pensaron que era necesario aunar fuerzas para saber responder a los agravios
constantes a Dios: el robo a los sagrarios, las ofensas a Jesucristo y a la
Santísima Virgen en los carnavales; encoger los santuarios cómo lugar para
hacer “visible el lesbianismo”, etc. Así que al amparo de la Fundación Tomás
Moro han creado el Observatorio de la Cristofobia. Están en todas las redes
sociales. Desgraciadamente tienen mucho trabajo.
Como decía, en
la familia es el lugar de privilegio para crear un ambiente cristiano o, si ya
lo es, mantenerlo. Poner paz entre sus miembros y ser justo en las decisiones o
en los comentarios es muy difícil, para ello hay que rezar mucho, pues siempre
hay alguien que es un punto de ignición y tiene el don de ser cargante. Saber
apaciguarlo también será un don, que saldrá de mucha oración porqué, por
definición, son personas que hacen subir la tensión al más hipotenso. Pero
sabes que esta persona tiene lazos de sangre o indirectamente de tu familia, y a
ratos resultará territorio comanche. Así que esa puede ser una tarea importante
a ejercer. No se trata de hacer grandes cosas sino de hacer lo que podemos, y
si podemos apaciguar al más explosivo, harás feliz a toda la familia.
Más ejemplos. En la misa vespertina del sábado de la
semana pasada, de un pueblo de litoral mediterráneo, un matrimonio con hijos
pequeños se acomodó en la primera fila de la iglesia. Los tres niños, uno de
ellos es bebé, y dos más de menos de siete años, siguieron la santa misa, sin
apenas ruidos. La educación a estar callados, o sin gritar ni correr por el templo,
se empieza desde la cuna o, al poco de nacer, desde la primera misa. Y creo que
fue apostólico porque es importante que se vean las familias numerosas, que se
les vea sonreír, apoyarse, respetarse, obedecer a los padres, en fin, que no se
pongan en la última fila como si fueran bichos raros. En ocasiones y por
sentido común es evidente que los padres han de salir al atrio con el que más
grita o llora, pero es evidente que una familia con hijos hoy es un gran testimonio de
fe, de seguir a Cristo.
Eso es lo que debemos hacer: dar ejemplo de cristianos de una pieza donde Cristo encuentre dónde reclinar su cabeza. Su testimonio, nuestro testimonio es lo que espera Dios de nosotros.
* la foto es de la película "La familia y uno más" (1965)