09 noviembre 2014

Esposo fue

Cuando un día vi como mi marido se desvanecía en la mesa de un restaurante, poniendo los ojos en blanco, pareciendo muerto, se me vino el mundo encima. Era real, nos estaba pasando a nosotros, no era una escena de una película que había visto tantas veces. Grité su nombre un montón de veces, le abofetee, nunca lo había pegado, gracias a Dios!, ni él a mi. Surgieron de las mesas dos médicos, se rehízo. Llegó la ambulancia. Salimos corriendo, yo con mi coche, sola, detrás sin perder de vista el número de la ambulancia. Un rato, conduciendo saltándome los límites legales permitidos, que fue eterno. Ignoraba lo que ocurría en la ambulancia, si se había repetido lo que fuera o pasaba algo peor. Gritaba, rezaba, en apariencia sola, pero Dios no me dejaba de su mano. Siguieron unas horas de buena atención hospitalaria, de llorar, de llamadas telefónicas intensas , de gran apoyo de familiares y de amigos.

Fue un síncope. Y aquí seguimos poniendo remedio al origen del síncope. ¡Gracias a Dios! seguimos de la mano. Pero ¿Cómo me sentí? ¿Qué creía que sentía? ¿Cómo se sienten otras personas como en mi caso? Me sentí como la esposa que había sido de él pues dentro de mí noté como si me arrancaran por un momento algo mío, a mi esposo, con el que había compartido tantos años, los mejores de mi vida.

Y si fueron tan desgarrantes aquellos instantes, cuando sobreviene la muerte efectiva del marido o de la mujer, (o de otro ser querido, por supuesto) el dolor humano no lo podemos llegar ni a imaginar, pues no se puede medir, contar o pesar, incluso ni explicar. Pero es real y certero, y se ha vivir el duelo, digan lo que digan. 

Todos hemos visto en nuestro entorno viudas o viudos que siguen la vida tan cerca del que fuera su esposo o esposa, que se sienten como si todavía estuvieran juntos, aunque caminando a solas. Por ello, ver como en el lenguaje ese dolor es reducido a una sola palabra llamada “viudez” o “viudedad”, es decir, el pasado reducido a un nombre, a un presente nuevo, me produce un sentimiento extraño. Por eso prefiero llamar al supérstite como el Esposo que fue de… o la Esposa que fue de… Y así se debe porque este fue el epitafio de un esposo, el padre de una amiga mía, que dejó sus voluntades escritas –también la esquela-, y quiso que las esquelas que se publicaran a su muerte en los medios no dijeran que era viudo de tal señora, sino Esposo fue de… aquella bella mujer.