El
12 de julio de 1985 se produjo una incidencia ferroviaria en Barcelona digna de
ser destacada hoy en los medios de comunicación, pero entonces no tenía ningún
interés periodístico, dada la situación política y económica que vivíamos en
España.
Era
un viernes caluroso, como es normal todos los veranos. Estaba con mi familia en
un pueblo de la costa del Maresme de Barcelona. Tomé el tren en Arenys de Mar por
la mañana muy tempano, con billete de ida y vuelta, para ir al despacho. La
jornada iba a ser muy especial. Se trataba de mi último día después de ocho
años de ejercer la abogacía en aquella oficina, y por la noche lo íbamos a
celebrar mi marido y yo, con mucha ilusión pues se abría para mí un nuevo
proyecto laboral a la semana siguiente.
Así que si perder más tiempo, con todo resuelto, llegué a la estación de Cercanías de RENFE, que entonces estaba colindante con la Estación de Francia, que todavía hoy está en funcionamiento. Llegué justito a las 8 de la tarde, a punto de salir el tren a su destino, recorriendo toda la costa hasta Sant Pol de Mar. El tren estaba abarrotado de gente. Por supuesto, ni en la imaginación existía el aire acondicionado, ni teníamos la buena costumbre de llevar en nuestras pertenencias una botellita de agua. Obviamente, no había móviles.
Con
un poco de retraso, oímos el silbido del jefe de estación y el tren inició su
marcha. El paisaje de ese trayecto sería el Mar Mediterráneo. (Pasados los
años, hoy vemos muchos kilómetros de playa que ganados al mar). La línea
ferroviaria apenas tenía construcciones que impidieran la visión del mar en
calma y azul. Con esas expectativas, y los pasajeros distraídos bajando las
ventanas para poder respirar, no estábamos atentos a lo que también ocurría. El
tren no iba por la costa, iba por la línea del interior, pasamos por diversos
túneles, Montcada i Reixac, Sant Celoni, Granollers …. Y sin parar en ninguna
estación.
¿Qué estaba ocurriendo? Ni que decir tiene que no teníamos información, el revisor de billetes no se le intuía ni de lejos, pero en los ánimos de todos creíamos que la banda terrorista y sanguinaria que azotaba España había secuestrado el tren. Nos daba la sensación de que el tren corría cada vez más. Teníamos el temor de que los convoyes que circulaban por esa vía los alcanzásemos por detrás. No había pánico, pero sí mucha preocupación entre los pasajeros al sentirnos atrapados.
De
un vagón a otro saltó la información que facilitaban algunos pasajeros que
habían comprado el billete solo el de ida. En la taquilla les informaron que el
tren iba a ir de Barcelona hasta Massanet Massanes, en Girona, pues la
catenaria había caído en no sé qué pueblo del Maresme. El tren llegaría a esa
población, y de allí haría el recorrido a la inversa.
Solo
fueron informados los pocos viajeros que compraron el billete de ida, ignorando
a la mayoría de pasajeros que no disponíamos de esa información, pues
sabiéndola quizá muchos de nosotros no hubiéramos subido a dicho convoy.
De
un tirón, llegamos, ya de noche, a la estación de Massanet Massanes, en Girona
a casi 70 kilómetros de Barcelona y allí estuvo parado el tren más de media
hora. Obviamente a las 10 de la noche la estación estaba cerrada con apenas una
lucecilla, ni servicios ni agua ni información ni nada.
Todos
los pasajeros bajamos de los vagones para respirar y estirar las piernas y allí
entre las vías hablamos de lo mal que lo habíamos pasado hasta que el tren se
paró definitivamente.
Oímos
voces y subimos todos de nuevo al tren. Y Empezó su recorrido por otra vía, fue
un alivió ver las luces de los barcos en el mar al llegar a Sant Pol de Mar. ¡Por
fin! Habíamos recuperado la línea de la costa. Fue parando en todas las
estaciones. Me apee en Arenys de Mar y allí estaba mi marido esperándome,
gracias a Dios. Y ¿Qué ha pasado?, me preguntó. Resulta que ni en la estación
de Arenys de Mar sabían lo que había ocurrido. Los que allí esperaban también
estaban en ascuas. Solo fueron avisados que en breve llegaba un tren… Eran las
11:35 horas de la noche, un trayecto de 40 minutos duró más de tres horas y
media.
El número de víctimas producido por la actividad terrorista de ETA durante el año 1985, con el asesinato de Alejandro Sáenz, ex guardia civil y jefe de seguridad de la empresa Michelín, es de 37 muertos, entre ellos nueve civiles y un niño. Siete policías nacionales, 10 miembros de la Guardia Civil y dos funcionarios del Cuerpo Superior de Policía. (fuente El País). Por ello, no era para menos nuestra preocupación.
Hoy,
después de 39 años, las incidencias ferroviarias en nuestros tiempos digitales
y con una tasa de desempleo enorme, se siguen produciendo de forma escandalosa,
sin remedio a la vista por parte de las autoridades responsables, lo vemos
todos los días en los informativos y en las redes sociales, siendo la estrella
estelar de los acontecimientos, el ministro de Transportes del Gobierno de
España, que solo a él le parece normal todo lo que está ocurriendo.
Y
aunque la realidad muchas veces supera la ficción, os recomendamos que veáis la
película INCIDENCIAS, del año 2015, una comedia española, que al visionarla
recuerdas las propias incidencias vividas, y una vez pasadas, te sonríes,
porque solo se trató de un acontecimiento para explicar que acabó bien.