Mi
marido y yo fuimos a la boda del hijo mayor de unos buenos amigos. Fue una
delicia de boda, con lo esencial. Un detalle de la familia fue poner a
disposición de los invitados un servicio de autocar para no tener la complicación
de perderse en ruta y llegar a tiempo, pues la boda iba a celebrarse un poquito
lejos.
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Luego
fuimos, en el mismo autocar, a otra población cercana, en el Montseny
(Barcelona) al banquete nupcial. Fue precedido de un original y gustoso aperitivo,
un largo aperitivo… en un porche de verano cubierto pero abierto a los cuatro
vientos. Dado que la temperatura era de montaña, aunque lucía el sol, los
invitados que lo deseaban podían acercarse a esas estufas que parecen unos
grandes hongos. Por fin llegaron los novios, los cuales, después de haber
degustado un breve tentempié, se pusieron a disposición para la sesión
fotográfica con los invitados. El salón del banquete estaba decorado con
centros de navideños ya que estábamos en la octava de la Navidad. A las señoras
se nos obsequió con un fular y a los caballeros con una pluma. Sin lugar a
dudas, el momento más entrañable fue cuando el novio dirigió unas palabras de
agradecimiento a sus padres, a su hermano, a la nueva familia de la que ya
formaba parte, a todos sus amigos y colegas, y muy especialmente a su esposa a
la que demostró una profunda devoción. Ella también, con mucho temple y cariño,
se dirigió a su familia. Los enamorados nos hicieron partícipes de su amor, lo
cual también nos emocionó a todos, incluso al más insensible.
Y aquellas
horas de celebración llegaron a su fin, el autocar partía de nuevo de regreso.
Todos estábamos muy contentos. Felicitamos a los novios y a los padres, todo
había sido precioso.
Queridos Fer y Míriam, que seáis felices todos los días de vuestra vida!