A pesar de las cifras oficiales que
ofrece el Ministerio de Justicia periódicamente en materia de separaciones y
divorcios, la gente se sigue casando, lo cual es un misterio aquí y en cualquier
parte del mundo. El hombre y la mujer generan entre sí algo maravilloso que no quiere echarse a perder y en la unión
matrimonial se contiene ese conjunto de bienes que hacen maravillosa la unión.
Entiéndase siempre, por mi parte, que esa unión ha de estar basada en el amor y
no en la violencia ni en el sometimiento de uno sobre el otro.
Y ocurre que muchas parejas que conviven
juntas desde hace tiempo, incluso años, un día, por ese algo maravilloso, deciden de mutuo acuerdo, convertir la
convivencia en matrimonio. A partir de entonces, se genera un júbilo familiar
impresionante en el que todo son felicitaciones, restando a la espera gozosa de
recibir la invitación para el evento.
En los preparativos los novios
disfrutan mucho. Y pueden convertir la invitación a la boda en algo diferente a
un envío postal. Así nos pasó a mi marido y a mí. Nos invitaron a un desayuno,
con su taza de chocolate incorporada, y nos explicaron la pedida de mano llena de nervios y emociones, bailes y música en una
cafetería en Praga (Chequia), junto a los turistas del viaje que grabaron para
la posteridad la inclinación de la rodilla de él, en el momento de darle el
anillo a la novia, y los besos y lágrimas emocionantes de ella por resultarle,
a pesar de lo hablado, una sorpresa. La taza de chocolate adquirió un sabor más
dulce por tanto cariño y amor que había en aquella historia.
Llegó el día del enlace civil en un
local del ayuntamiento de Arenys de Mar (Maresme – España) lugar que en otros
tiempos ubicaba una fábrica de un licor muy conocido, hoy restaurada. Les casó
una regidora del ayuntamiento referido, la cual conocía a la novia desde que
eran niñas y jugaban en la calle. Aumentaron los caudales de lágrimas y
sonrisas. Ambos se dieron el Sí, quiero, después de haber escuchado la lectura
de los artículos del código civil español.
La fiesta, el banquete, el ambiente
entrañable de familiares y amigos, hicieron posible que la voluntad de aquellos novios, ya esposos, quedase bien
lacrada, para siempre.