18 enero 2012

La esponsabilidad


La importancia que el hombre siente al ser marido de una mujer, no siempre la mujer la ve con los mismos ojos que él. Es algo en que unas y otros no profundizamos suficientemente, en ocasiones nos quedamos en lo humano o en lo superficial y chocamos  en el esfuerzo que supone sacar adelante los fines de la institución matrimonial. Así la maternidad –salvo que se renuncie a ella por amor a Dios- a la mujer nos hace completa, como si con el nacimiento de nuestros hijos se consumara la creación que Dios hizo de nosotras. No es de extrañar que muchos padres y madres sufran ante la esterilidad o la incompatibilidad entre ellos. De ahí que se aplauda sonoramente la adopción de hijos, cuando se entiende que se han agotado todos los efectos de los medios naturales para la concepción.  Por eso a mi me sigue sorprendiendo el relato del Libro de Samuel en su inicio, cuando relata que Ana desea tener hijos, y aun siendo estéril su marido la ama y cree que él es más que los muchos hijos que ella pudiera tener.

Siendo el Libro de Samuel el libro de la teología de la obediencia según dicen los expertos, su lectura seriada en las misas a lo largo de estas primeras semanas del tiempo ordinario, nos lleva mucho más allá de esa primera conclusión, pues nos va relatando hechos en los que siempre prevalece asumir la voluntad de Dios. Si seguimos la lectura con nuestra Biblia veremos, como en el pesar de la aflicción de Ana, Dios le concede ese hijo que implora, después de haber rezado durante mucho tiempo y haber insistido con total confianza, como ha de ser.

Fragmento de Libro Primero de Samuel 1, 1-8

Había un hombre de Ramataim, un sufita de la montaña de Efraím, que se llamaba Elcaná, hijo de Ierojám, hijo de Eliú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita.
El tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Peniná. Peniná tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.
Este hombre subía cada año desde su ciudad, para adorar y ofrecer sacrificios al Señor en Silo. Allí eran sacerdotes del Señor, Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí.
El día en que Elcaná ofrecía su sacrificio, daba a su esposa Peniná, y a todos sus hijos e hijas, porciones de
la víctima.
Pero
a Ana le daba una porción especial, porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril.
Su rival la afligía constantemente para humillarla, porque el Señor la había hecho estéril.
Así sucedía año tras año: cada vez que ella subía a la Casa del Señor, la otra la afligía de la misma manera. Entonces Ana se ponía a llorar y no quería comer.
Pero Elcaná, su marido, le dijo: "Ana, ¿por qué lloras y no quieres comer? ¿Por qué estás triste? ¿No valgo yo para ti más que diez hijos?".