05 septiembre 2014

Humor doméstico

¡Qué agradable es ver como sonríe la gente! Pues suele costar un montón extender el rictus de tal manera que regalemos una sonrisa al que tenemos enfrente. En cambio, es una forma de practicar la caridad con el prójimo, y costará (a veces mucho, a veces poco) hasta convertirlo en un hábito bueno, intrínseco a uno mismo, manifestándolo externamente aunque nos encontremos mal o muy mal.

En ese sentido, ayudan mucho esas personas que tienen la cualidad del humor innato, y llevan una agenda de chistes que en cualquier reunión la abren y te mondas de la risa. O aquellos y aquellas que dibujan viñetas graciosas y ocurrentes, entre otros estilos. Cuando abrimos una revista o un periódico (digital o papel), a veces vamos en busca de ese chiste, cuyo autor con anterioridad a tu búsqueda ya había desplegado su ingenio para que en cualquier momento tú o yo nos rompamos a reír. Y las situaciones cotidianas y domésticas suelen ser el hilo perfecto para hacer un embrollo ficticio o para describir la realidad. Y al caso de esto me llegó una viñeta graciosa y realista en la que se describe al hombre despistado (existen muchos) y padre de familia; a la mujer y madre la retrata atareada en muchas cosas, cargada de paciencia, y, sobre todo, en actitud de resignación de lo que es siempre igual no se va a poder cambiar. 


No hay que agobiarse, cada día tiene su afán. Si ellos no encuentran nada en su propia casa, es algo corriente; y si nosotras tenemos en la cabeza el contenido de todos los cajones, armarios, lacenas, muebles y demás del domicilio familiar, es tan normal como necesario. Así los dos, marido y mujer, se complementan (o nos complementamos). Claro! que nosotras con un carro de paciencia añadido.