El dolor que surge a la pérdida de
una persona a la que se quiere sin saber cómo se la quería, se convierte en
algo casi patológico pues todo el cuerpo se siente mal, casi enfermo. De ahí
que la tristeza, que es una de las manifestaciones básicas del ser humano al
igual que el amor, la ira, la alegría, etc., requiera su identificación y en
este caso precise un tiempo de curación, o de duelo, hasta que se sea capaz de
admitir, en cada célula de nuestro cuerpo, la pérdida definitiva. Sin embargo, aunque
la separación con los seres queridos produzca ese estado anímico e incluso
físico, absolutamente natural entre las personas que aman, es indiscutible que
para los que creemos en la vida eterna, es un gran alivio saber que nuestros
difuntos descansan en paz, y que sus almas seguirán viviendo en el estado que
hayan meritado, en el purgatorio o en el cielo. También, como sabemos que
existe el infierno, lo mejor es rezar por todos los difuntos, pues el destino de las almas es decisión de la misericordia de Dios.
En ese sentido, en este mes de
noviembre que hoy termina, las lecturas de la misa nos han hablado de los
fieles difuntos, de lo qué pasa después de la muerte, y por supuesto de la resurrección
de los muertos, con la última venida de Nuestro Señor Jesucristo glorioso. En
este broche quiero destacar el Evangelio de san Lucas (20,27-40), referido a
aquella mujer que enviuda siete veces y a Jesús le preguntan qué le ocurrirá a la
mujer en la resurrección de los muertos, es decir ¿Junto a cuál esposo estará
en el reino de los cielos?
Leamos el texto y la respuesta de
Jesús:
"En aquel tiempo,
acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay
resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el
hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la
mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado
mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del
mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también
murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección?
Porque los siete la tuvieron por mujer».
Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de
Siendo la
resurrección una verdad de fe, la tristeza de aquella pérdida definitiva se irá absorbiendo por el Amor
inmenso de Dios, siempre acogidos bajo el manto de la Virgen Santísima.
En el cuadro, San Lucas, el Evangelista. Autor, Doménikos TheotoKópoulos, El Greco