En la familia, la fe se transmite junto con la vida, de generación en generación: se comparte como el pan de la mesa y los afectos del corazón
Se celebró en Roma el JUBILEO DE LAS FAMILIAS, LOS NIÑOS, LOS ABUELOS Y LOS MAYORES, según ya se había establecido en el pontificado del Papa Francisco, correspondiendo en el Calendario Jubilar al domingo 1 de junio de 2025.
La
reflexión a la lectura del texto de la homilía del Papa nos conduce de nuevo a
estimar que la unidad básica en la que crece la humanidad sigue siendo la
familia: los cónyuges y los hijos, y demás miembros como los abuelos. Aquí no
hay que hacer exclusiones de nadie. Hay parejas que no están casadas, pero con
confianza y tesón en la oración pueden llegar a desaparecer los impedimentos y crear
así un matrimonio ante los ojos de Dios. Los hijos propios del matrimonio o
aquellos sobrevenidos por diversas circunstancias, como los hijos del otro cónyuge,
o los que han quedado desamparados por conflictos bélicos, deficiencias sociales,
migraciones, orfandades, entre otras circunstancias. A lo largo de la historia
de la humanidad hemos visto agrupaciones familiares de este estilo. Pero, como
dice León XIV, esta humanidad puede estar en peligro. Y a ello me remito,
extractando párrafos de la homilía del santo padre en el día citado de la
celebración jubilar.
Hermanos,
si nos amamos así, sobre el fundamento de Cristo, que es «el Alfa y la Omega»,
«el principio y el fin» (cf. Ap 22,13), seremos un signo de paz para todos, en
la sociedad y en el mundo. No hay que olvidarlo: del seno de las familias nace
el futuro de los pueblos.
En
las últimas décadas hemos recibido un signo que llena de gozo y, al mismo
tiempo, invita a reflexionar: me refiero al hecho de que fueron proclamados
beatos y santos algunos esposos, no por separado, sino juntos, como pareja de
esposos. Pienso en Luis y Celia Martin, los padres de santa Teresa del Niño
Jesús; y recuerdo también a los beatos Luis y María Beltrame Quattrocchi, cuya
vida familiar transcurrió en Roma, el siglo pasado. Y no olvidemos a la familia
polaca Ulma, padres e hijos unidos en el amor y en el martirio. Decía que es un
signo que da que pensar. Sí, al proponernos como testigos ejemplares a
matrimonios santos, la Iglesia nos dice que el mundo de hoy necesita la alianza
conyugal para conocer y acoger el amor de Dios, y para superar, con su fuerza
que une y reconcilia, las fuerzas que destruyen las relaciones y las
sociedades.
Por
eso, con el corazón lleno de gratitud y esperanza, a ustedes esposos les digo:
el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre
y la mujer: amor total, fiel y fecundo (cf. S. Pablo VI, Carta enc. Humanae
vitae, 9). Este amor, al hacerlos “una sola carne”, los capacita para dar vida,
a imagen de Dios.
Por
tanto, los animo a que sean para sus hijos ejemplos de coherencia,
comportándose como desean que ellos se comporten, educándolos en la libertad
mediante la obediencia, buscando siempre su propio bien y los medios para
acrecentarlo. Y ustedes, hijos, sean agradecidos con sus padres: decir
“gracias” por el don de la vida y por todo lo que con ella se nos da cada día
es la primera forma de honrar al padre y a la madre (cf. Ex 20,12). Por último,
a ustedes, queridos abuelos y ancianos, les recomiendo que velen, con sabiduría
y ternura, por quienes aman, con la humildad y paciencia que se aprenden con
los años.
En
la familia, la fe se transmite junto con la vida, de generación en generación:
se comparte como el pan de la mesa y los afectos del corazón. Esto la convierte
en un lugar privilegiado para encontrar a Jesús, que nos ama y siempre quiere
nuestro bien.
Clica para leer el texto entero de la Homilía de León XIV