30 enero 2013

La resolución a los dilemas


En el esfuerzo diario de vivir santamente el matrimonio, el cúmulo de las dificultades podemos considerarlas estorbos, sin embargo el superarlas o, más aún, el vivirlas intensamente en las manos de Dios, acrecienta la santidad de nuestro caminar matrimonial.

Esas dificultades a veces nacen del propio seno de la familia, es decir, de los propios padres –entendiendo el padre y la madre o el suegro y la suegra- . Claro está que cuando se opta por el Matrimonio en toda su entidad, se deja el padre y la madre, el suegro y la suegra, pero a la práctica esto es extremadamente difícil.

¿Cuánto uno desea de tener a sus hijos muy cerca cuando éstos se casan? ¿Cuánto deseas verlos más a menudo de lo que realmente ellos quieren o pueden según las circunstancias? ¿Cuántas veces nos dicen los padres que has de cuidarlos más o estar más por ellos, aunque objetivamente no sea cierto que los abandones?

Se plantean, pues, diariamente muchos dilemas de atención a la familia propia ante la opción de cuidar al esposo y a los hijos que todavía están en el hogar paterno. Y se plantean porque la vida no es regalada para nadie. Y si se opta antes por el esposo enfermo que por un padre o una madre que aun siendo mayores, achacosos, dolientes y doloridos están bien atendidos y cuidados por otras personas, incluso de la familia, en el fondo del corazón puede quedarte un gran dolor. Sin embargo, la primera opción es la de cuidar el propio matrimonio, que es obligación de cada persona casada, pues ni los hijos ni los padres van a suplirte en esa misión, la de salvaguardar tu matrimonio.

El dilema se multiplica cuando ese límite deja de tener el tono de la caridad cristiana  y se abandona a los padres a la suerte de la administración pública y a los hijos a la suerte de la educación impartida por otros, auto excluyéndose de las propias responsabilidades. Por eso es difícil marcar ese límite, el de poner al esposo primero, luego a los hijos, la familia ... pues no son compartimentos estancos, sino que en la medida de las prioridades, poniendo a Dios primero, esa pirámide de dificultades se hace muy grande y la tendremos que ir resolviendo, sobre todo si  la caridad y la justicia las sabemos administrar bien.

Para ello hemos de dedicarle siempre un tiempo diario a rezar, a pensar, a escribir los problemas, es decir, hacer una lista e incluso a puntuar el grado de dificultad que hemos de afrontar. A pesar de esta conclusión aparentemente razonable e incluso matemática, nos hartaremos de equivocarnos, nos hartaremos de escuchar improperios, pero le pediremos siempre al Espíritu Santo que nos ayude a resolver estos dilemas relacionados con la práctica de la caridad, el abandono de uno mismo y el desprecio al egoísmo. Así, como mínimo, lo habremos intentado pues solo el esposo y la esposa podrán salvar su propio matrimonio, los demás podrán ayudarte en algo, pero cada cónyuge es el responsable de hacerlo vivir, apartando todo lo que pueda perturbarlo, pero siempre con la medida del amor y de la caridad.