22 marzo 2012

La medida del amor

Cuando leemos el Evangelio (cosa muy recomendable) o bien lo escuchamos en las celebraciones eucarísticas, nos pueden sorprender muchas cosas, y además nos podemos platear cómo hacer posible que aquello que dijo Jesús no era sólo para aquel entonces de hace dos mil años, sino para siempre, es decir para la vida cotidiana de cada día. No es fácil, ni se sabe al momento, el significado o la manera de llevarlo a la práctica. Por eso, las homilías de los sacerdotes nos pueden dar una guía, pues las homilías no tendrían que ser un comentario sobre los telediarios o los telenoticias de actualidad, sino una explicación de los textos que se han leído en la celebración. Y por poner una ejemplo, me voy al Evangelio del Tercer sábado de Cuaresma que dice así:

(Lc 18,9-14): En aquel tiempo, Jesús dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡OH Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡OH Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado».

Ahora me pregunto ¿en una familia de hoy, puede haber publicanos o fariseos? ¿No suena un poco raro? ¿Cómo puedo identificar si yo soy publicana o farisea?

En aquella homilía entendí que ser fariseo es ser orgulloso, es decir aquella persona que mata el amor para ensalzarse; en un familia podemos decir que los comportamientos machistas (tanto masculinos como femeninos) son equivalentes al comportamiento de los fariseos; todos aquellos comentarios vejatorios del varón respecto de la mujer, de que él es el que trabaja y lleva el dinero a casa, y que ella por estar en casa ese trabajo no vale para nada, o al revés, esa mujer que trata de inútil a su marido, por no ser hábil en las tareas domésticas, son de fariseos. En contrapartida, esas actitudes de servicio, sin quejarse, son de total humildad, de publicanos que se reconocen poca cosa. ¿Os habéis fijado cómo muchas madres, esposas, hijas… se sientan a comer muy cerca de la cocina para estar constantemente levantándose de la mesa, en actitud de servicio hacia su familia? Esa es también una actitud de publicano. Con estos ejemplos puede uno ir hilando, y comprender qué cerca está el Evangelio de cualquier cosa que hagamos, cada día, en favor de nosotros mismos o de los demás, y comprobaremos cómo la humildad es la medida del amor.