21 octubre 2013

Yo me quedo con Dios

No va desencaminado el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, el Dr. Juan Antonio Martínez Camino, cuando refiere que el matrimonio homosexual es diabólico, palabras que también se le atribuyen al Papa Francisco, cuando era Arzobispo de Buenos Aires en Argentina. Aquí no nos referimos a las personas que son homosexuales, nada más lejos de nuestro sincero interés. A cada cual se le ha de querer en su condición y con extrema caridad, según nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Además son hijos de Dios como cualquiera. Nos referimos a los actos humanos, que pueden ser buenos o malos.

Los actos moralmente malos pueden crear estructuras de pecado, tele dirigidas por el diablo, que existe sin lugar a dudas, pero sin aquel aspecto que le atribuye el teatro o el arte, es decir, no es de color rojo, no tiene cuernos ni larga cola. El diablo es un espíritu malo, que alimenta la maldad y se abasta de personas que desconocen el bien de Dios y las lleva a su interés para destruir, o intentar hacerlo, todo aquello que Dios ha creado y ama. En esas cosas, usa a su antojo, con deliberada maldad, a aquellas personas que practican actos inmorales. A veces estos actos son fruto de la ignorancia, o del vicio, o de la desorientación. En esas debilidades, el diablo se lleva a hombres y mujeres, sin darse ellos cuenta, adónde le apetece. En este sentido, la desviación en contra del matrimonio natural, va creando una estructura peligrosa, equiparando en la base las uniones entre personas del mismo sexo a las uniones heterosexuales. A tal desviación sobre la ley natural, ya se van sumando otras uniones, en aras de no molestar a nadie y de que todo vale, es decir, al relativismo práctico. Hemos leído recientemente, por ejemplo, el caso de aquella mujer que se ha casado consigo misma; o las ya conocidas uniones entre perros, bendecidas por personas; o la señora que se casa con su gato, o cualquier cosa por el estilo. Esta estructura diabólica, compuesta de actos inmorales es lo que se llama estructura de pecado. Aquí no se ataca a las personas, sino a sus actos, pues muchísimas veces no conocemos la moral de los actos que realizamos y nos lleva a errar, incluso a los más puestos y doctos.

En paralelo a esta desvirtuación del matrimonio natural, debido al diabólico plan referido, se está estudiando en Europa el crecimiento de la poligamia por parte de hombres y mujeres musulmanes que, como sabemos, en su religión estos matrimonios están permitidos, mientras el hombre pueda mantener a sus esposas. En cualquier caso, el Matrimonio católico recibe los envites de una sociedad que lo admite casi todo, menos a Dios, aunque esté en peligro su propia naturaleza original. Entiéndase que la unión que no sea entre un hombre y una mujer es totalmente estéril y no reporta nada a la sociedad. Y cualquier tipo de poligamia, es denigrante para las mujeres que forman parte de esa unión y para la sociedad en la que viven, pues la mujer es apartada por el interés sexual y exclusivo de un varón que se encapricha por más de una mujer, relegándolas a ser solamente un objeto de su deseo.


En definitiva, las personas, los seres humanos, podemos hacer el bien o podemos hacer el mal, el cual no siempre lo reconocemos como tal, pero el diablo sí lo sabe. Y aquí nadie se ha de ofender pues nadie es más perfecto que Dios, todos nos equivocamos, y todos ¡todos! tenemos tentaciones hacia el mal.

Así que yo prefiero amar y creer en todo aquello que Dios ha revelado y ha revelado de sí mismo. Y si Dios nos dice que lo mejor para un hombre y una mujer es unirse entre sí, ser una sola carne, multiplicarse y amarse hasta la que la muerte los separe, me quedo con ello y dejo estar otras uniones más materiales que sagradas y que no llevan más que al precipicio de uno mismo.