28 noviembre 2016

Enterrar a los muertos

Durante el mes de noviembre hemos rezado con más intensidad por los difuntos, especialmente por los de la familia y amigos. Se han renovado las flores de los cementerios y la Santa Sede ha publicado una instrucción para los fieles católicos sobre la necesidad de enterrar a los muertos.

Los que se dedican a limpiar los bosques, los caminos de montaña, los fondos de los puertos marinos, entre otros lugares, ya hace tiempo que denuncian la acción contaminante de las urnas tiradas en los lugares más insospechados del mar, los campos y las montañas. Los que lo hacen, lo hacen con la mejor buena voluntad y seguramente cumpliendo el deseo del difunto. Sin embargo, no se piensa que desprenderse de las urnas tiene consecuencias medio ambientales.

De forma recurrente lo hemos visto en películas, incluso como anécdotas cómicas. Recuerdo una película (pero no su nombre) que, estando la urna del difunto en la casa de los familiares, a uno de ellos se le cayó al suelo y al infortunado solo se le ocurrió, para compensar el peso, poner jabón en polvo de lavar la ropa, en la urna. Luego la llevaron en una barquita de pesca al mar. Al tirar el polvo sobre la superficie del agua se generó espuma en abundancia. También recuerdo otra película llamada Menú Degustación (España 2013) que trata sobre el cierre de un restaurante, al que son invitados los más fieles clientes. Uno de ellos había muerto, por lo que la viuda compareció con la urna de sus restos… La película acaba con la señora subida a una roca de la costa catalana y vacía la urna sin tener en cuenta la dirección del viento. Así que le vino a la cara toda la ceniza (¡Ag!), La artista, muy dignamente, dejó la urna en la roca, y como si nada, fin.

Creo que hay que dejar a los muertos descansar en paz, y a los vivos también. Hay sitios pensados en los cementerios para esparcir las cenizas y depositar las urnas, todo lo demás puede llegar a ser indigno para aquella persona que murió. Además el trajín del traslado de las urnas de aquí para allá, llevar colgantes de cenizas, repartir urnitas para toda la familia, es alargar la agonía de la ruptura de contacto personal que conlleva la muerte. Y no es bueno, sobre todo para los vivos.

Despidamos a los muertos con dignidad. Además, colaboraremos con la mejora del medio ambiente.

15 noviembre 2016

En la salud y en la enfermedad

Dimematrimonio ha permanecido inactivo. Me he dedicado por entero a mi marido que ha estado muy grave. El mismo día de su cumpleaños, él estaba en la UCI. Por unas horas me pareció sentir en sus manos, que se cogían a las mías, que le había llegado el momento de irse con Dios. Estaba preparado. En esta ocasión el paso por la UCI ha sido importante, con varias transfusiones, respiración asistida y todas esas cosas que se le instalan a un enfermo grave para que no se muera.

Su convalecencia está siendo muy buena, gracias a Dios. Ya salimos a la calle a hacer paseítos. Y se reinician las rutinas. Mucha gente ha estado rezando por él, la familia, las amistades y muchas personas que no le conocen pero que en la santa misa rezan por los enfermos y por sus cuidadores. Y como la oración no se pierde, ha dado sus frutos.

Me quedé agotada debido a tantos días y noches sin dormir. En algunos momentos la actividad de los auxiliares de clínica, los enfermeros y los médicos, en el hospital, fue frenética. Jornadas de poco descanso, haciendo cabezadas de sueño al tiempo que mi marido dormía. Rosarios intensos rezados cómo se podía, misas cortísimas por llegar ya empezadas y salir sin esperar a la bendición final. Un ir y venir de ofrecimientos de obras pues los enfermos también sostienen la Iglesia.

Y en el trabajo profesional, ausente, no se puede estar en dos sitios a la vez ni con el corazón dividido. Has de estar en lo que haces y hacer lo que debes.


Esto ha sido así: Para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad ningún mérito. Aunque lo malo, Dios mío, si no fuera por Ti, ¿Cómo lo llevaríamos?