En estos días convulsos de la política
española, simultáneamente se han hecho públicas las cifras que anualmente
aparecen en otoño sobre las anulaciones, separaciones y divorcios que se
confirman cada año. Pero como hemos estado minuto a minuto siguiendo los
asuntos socialistas en los que han demostrado, entre otras cosas, la poca
capacidad de diálogo que tienen entre ellos, los medios han dado
poco eco a los divorcios matrimoniales, para dar paso a las rupturas políticas. El espectáculo que hemos vivido a través de los medios de
comunicación, que ha podido enervar a cualquier ciudadano, también me lo
imaginé cuando una amiga me explicó que una amiga común al llegar a su casa por la tarde, se encontró a su marido bajo la mesa
del comedor en plena acción, con la asistenta de su casa. O que a la tal su marido la ha dejado después de
recuperarse de un ictus que le ha dejado unas séquelas en el brazo y pierna
izquierda, y en el carácter, que se le ha cambiado y le dice que ahora se aburre
con ella.
Estos motivos tan corrientes, vulgares
y tan viejos siguen siendo la raíz y la causa de muchísimos procedimientos de
divorcios y separaciones. Hemos de aprender de la templanza, saber aguantarnos
y controlar las pasiones. No se puede seguir con asuntos de braguetas y
aburrimientos. Hay que controlar la parte sensible y de los sentidos y no
llevar al caos a un país durante dos años o enviar a la porra a una familia por
un polvo debajo de una mesa.
Una sugerencia: Como nadie está a salvo de cometer errores, deberíamos pensar y razonar
¿Qué hago yo para mejorar la sociedad del país en que vivo? ¿Qué hago yo para
mejorar en medio de mi familia?