03 enero 2013

Una boda como Dios manda


Mi marido y yo fuimos a la boda del hijo mayor de unos buenos amigos. Fue una delicia de boda, con lo esencial. Un detalle de la familia fue poner a disposición de los invitados un servicio de autocar para no tener la complicación de perderse en ruta y llegar a tiempo, pues la boda iba a celebrarse un poquito lejos.

Se celebró en la iglesia parroquial de la población de donde es la novia. El enlace se realizó por medio del ritual matrimonial clásico y que consta en los libros litúrgicos de la Iglesia Católica, en la celebración de la Eucaristía y antes del ofertorio. Aquellas bellas frases de amor y entrega que se intercambiaron los novios nos produjeron una sensación por todo el cuerpo que nos despertó a mi marido y a mí toda una serie de recuerdos de nuestros inicios, por lo que no nos dejaron indiferentes. La trascendencia de declarar el amor y el compromiso en lo bueno y en lo malo, todos los días de la vida, y pronunciándolo ante Dios, la familia y los amigos, se convierte en un compromiso solemne e irrevocable, pues se trata de una unión para siempre en una sola carne tal como lo dispuso Dios para todo el género humano.

Luego fuimos, en el mismo autocar, a otra población cercana, en el Montseny (Barcelona) al banquete nupcial. Fue precedido de un original y gustoso aperitivo, un largo aperitivo… en un porche de verano cubierto pero abierto a los cuatro vientos. Dado que la temperatura era de montaña, aunque lucía el sol, los invitados que lo deseaban podían acercarse a esas estufas que parecen unos grandes hongos. Por fin llegaron los novios, los cuales, después de haber degustado un breve tentempié, se pusieron a disposición para la sesión fotográfica con los invitados. El salón del banquete estaba decorado con centros de navideños ya que estábamos en la octava de la Navidad. A las señoras se nos obsequió con un fular y a los caballeros con una pluma. Sin lugar a dudas, el momento más entrañable fue cuando el novio dirigió unas palabras de agradecimiento a sus padres, a su hermano, a la nueva familia de la que ya formaba parte, a todos sus amigos y colegas, y muy especialmente a su esposa a la que demostró una profunda devoción. Ella también, con mucho temple y cariño, se dirigió a su familia. Los enamorados nos hicieron partícipes de su amor, lo cual también nos emocionó a todos, incluso al más insensible.

Y aquellas horas de celebración llegaron a su fin, el autocar partía de nuevo de regreso. Todos estábamos muy contentos. Felicitamos a los novios y a los padres, todo había sido precioso.

Queridos Fer y Míriam, que seáis felices todos los días de vuestra vida!