22 febrero 2012

La castidad en el matrimonio

Parece que el inicio de la Cuaresma sea para los cristianos un tiempo triste y de represión, sin embargo es un tiempo fuerte para acercarnos más a Jesucristo, con la alegría y la esperanza puesta en Pascua. Es un tiempo muy bueno para profundizar en las virtudes del matrimonio y en el matrimonio. Ninguna virtud tiene una época o un periodo determinado, la vida de virtud lleva a la santidad, y la santidad no tiene vacaciones. Pero aun siendo la virtud un hábito bueno repetido, en Cuaresma podemos hacer un parón y ver cómo vamos para esforzarnos y ser mejores cara a Dios. Cuando nos referimos a las virtudes que se pueden vivir en el matrimonio puede resultar sorprendente decir que la castidad es una virtud que se puede y se debe practicar, ya que en general se entiende por casta aquella persona que no le da el salto a su cónyuge o ir con decoro vestida/do, es decir con la talla que corresponde a la altura y al peso, o llevar las faldas más largas que los cinturones anchos, y cosas así. En el matrimonio practicar la virtud de la castidad es mucho más.

Su Santidad el Papa Pablo VI en la Encíclica Humanae Vitae(1968) escribió al respecto y pensando en los esposos:

«El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos».